La familia es el lugar natural de la educación.
Los lazos que se crean en ella son los más fuertes
y profundos. El primero, el que da vida a todos los demás,
es el amor matrimonial, con su felicidad, alegría,
unión, luz, apoyo… que emana. En su entorno
crecen otros amores grandes: nada más y nada menos
que la paternidad y la maternidad, la filiación y
la fraternidad.
En este ambiente se dan dos relaciones heroicamente generosas,
la esponsal y la paterno-maternal. Dios ha querido que los
hijos nazcan en este enclave de armonía.
Como nos ha enseñado repetidas veces el Papa Juan
Pablo II, la persona dentro de la familia es “querida
por sí misma”, “no está en función
de nada ni de nadie”, “no es considerada desde
el aspecto utilitario o del valor material”.
Es, por tanto, el ambiente donde la persona es reconocida
en su dignidad e inconmensurable valía.
En esta comunidad tan perfecta, los padres enseñan
y educan con su propia vida y con su personalidad,
con su amor. Los padres transmiten virtudes, las “contagian”,
atraen a los hijos hacia ellas, hacen que las admiren en
ellos mismos. Si los padres poseyeran las virtudes en bajo
grado, si su perfección humana fuera pobre, los hijos
serían atraídos por la influencia de otros
ambientes lejanos a la familia, lejanos, pues, al amor.
Hoy día –por desgracia-, la cultura en su
sentido amplio, es decir, los estilos de vida, son transmitidos
fundamentalmente por los medios de comunicación.
Es necesario DESTACAR NETAMENTE COMO MOTOR DE CULTURA A
LA TELEVISIÓN. Buena parte de los chicos españoles
se expresa del mismo modo y con el mismo
argot, viste con el mismo estilo e iguales
o semejantes prendas, tiene principios de razonamiento
idénticos, la misma visión de la
sexualidad, del matrimonio, de la religión…
Detrás de esta identidad de conducta en la que parece
desaparecer la creatividad personal propia en aras de la
uniformidad, está la monopolización de la
cultura por quien tiene el dominio de los cauces por donde
se difunde. Las mismas ideas llegan a todos, del mismo modo,
sin aparato crítico. Lo bueno y
lo malo se presentan “cocinados en la televisión”,
y se sirven a todos, y son digeridos y asimilados por todos.
Como no se presenta otra alternativa cultural, o se presenta
descalificada, casi no cabe resistencia. El agente universal
penetra hasta en los dormitorios de los hogares, se instala,
y acogida en el hogar, transmite con imágenes estilos
y pensamientos.
Tan marcada uniformidad, y en cosas opinables, es precisamente
lo que nos debe inquietar, y mucho. No asusta que se cree
una nueva sensibilidad ante diversos temas; lo que me aterroriza
–así- es que se transmita una única
y misma sensibilidad, que descalifica al mismo tiempo todas
las demás. Sin metáforas, esto tiene un cariz
resueltamente manipulador. Los padres sois muy conscientes.
Cuántas veces decís: ¿quién
ha enseñado esto a mi hijo?
Ciertamente, los padres no tenéis capacidad de promover
una moda que lleve al abandono de las gasas y los escotes
que descubren el cuerpo de vuestras hijas y provocan a vuestros
hijos; no podéis producir series con padres e hijos
normales, que contrarresten a la desarraigada “Familia”
Simpson; no tenéis capacidad organizativa para programar
series y concursos televisivos dirigidos a personalidades
todavía inmaduras. Pero tenéis la
calidad de vuestro amor, de vuestro influjo paternal
y maternal, la ternura, la conversación
dialogante, vuestra elegancia y saber hacer
humanos.
De paso - ya hablaremos de esto en otro momento-, unidos,
las familias son fuerza mediática para detener muchas
programaciones televisivas en corto tiempo.
Lo primero con lo que cuentan los padres para educar
es su propia personalidad. Hay que procurar que
ésta sea buena, en el sentido de perfección
humana. En negativo, sucedería casi inevitablemente
lo siguiente:
-los padres arbitrarios, que
amenazan a sus hijos, forman personalidades agresivas y
socialmente inadaptadas;
-los autoritarios y rígidos
generan personalidades mediocres, aunque sin traumas;
-la familia hiperproteccionista
deja al niño desamparado ante la hostilidad ambiental
dando lugar a personalidades sin capacidad de desenvolverse
solas en la vida;
-los padres mal avenidos o separados,
modelan hijos inseguros, inestables afectiva y socialmente,
y con traumas a nivel psicológico.
Quizá penséis… ¿y qué
se puede hacer? Descubrir todo el potencial humano que tenéis,
que está en cosas pequeñas y en cosas grandes.
El ejemplo tiene un alcance visual. Los
chicos captan los modos de ser, aunque no sepan razonarlo;
comprenden lo importante o lo relativo, las conductas buenas
o reprobables, si ven lo bueno de manera coherente
y destacado en la conducta de sus padres.
En vuestra conversación y trato se ve vuestro amor
y ternura. Sois amables, y enseñáis
a los hijos la amabilidad con la vuestra (¡menuda
labor de socialización!). Sois luminosos
y abiertos, y se ve en vuestros rostros, en vuestra
mirada, en la decoración de la casa y su distribución.
En la limpieza y elegancia de cuerpo y de vestido, se advierte
una pureza sin ñoñerías, clara. La
nobleza de vuestra vida ve como un horror la deslealtad
y la mentira y genera convivencia. Hasta en el comer
y en el vestir se ve vuestro fondo de alma.
En la familia se enseña a rezar
–de padres auténticamente amadores de Dios,
proceden los hijos cristianos-, a servir, a ser
fuertes, leales, etc. Por si pareciera éste
un marco teórico, pasemos a ejemplos concretos que
habéis de promover más; a veces, mucho más.
La importancia de la lectura, su labor
formativa, se aprenden en la familia si
en ella se promueve, con horario (no desbanca las clases
de tenis, pero es más importante). Los ratos
de tertulia, con temas determinados, en los que
cada uno opina con libertad y confianza,
enseñan a profundizar y a dialogar. Tantas decisiones
“caseras” se deberían tomar “democráticamente”,
o al menos “consultadas las bases”, teniendo
en cuenta el gusto de todos y su opinión (este ejercicio
no resta autoridad, sino que aumenta la responsabilidad;
la autoridad como determinadora de todo el obrar es asfixiante.).
Se ven los “porqués” razonados de la
selección que los papás han hecho de los programas
televisivos.
Cuantas más costumbres propias tenga una familia,
y cuanta más categoría humana alcancen las
mismas, mayores lazos de cohesión se forman entre
sus miembros y mejor pertrechado estará cada uno
de los hijos con esas ideas-fuerza que configuran la auténtica
personalidad.
La familia es como un observatorio a todas las distancias,
envidiable por los educadores externos, que colaboramos
con vosotros. El comportamiento en casa es el más
verdadero; en el colegio, en la calle, con otras personas
–a no ser que sean muy amigas- presentamos de algún
modo nuestra apariencia.
En el colegio deseamos conocer a vuestros hijos fuera del
ambiente del colegio, donde se muestran más como
son, más naturales. Nos interesaría tanto
–sabemos que no se tiene derecho- conocer cómo
actúa un chico y cómo actúan sus padres
en la vida ordinaria. Cómo son, de verdad, en zapatillas.
El pudor de los padres y los chicos y chicas en el ambiente
familiar es tan determinante…, que lo que aparecerá
después será su reflejo.
Podéis educar a vuestros hijos mejor que nadie,
porque están en el ambiente en que pueden ser más
conocidos y queridos, donde ellos se expresan con más
naturalidad, con toda su verdad
Vuestra vida, y vuestras explicaciones. Explicaciones de
altura y con altura…
-¿Sabes qué le pasa a tu hermano, por qué
se le ve triste? Es que ha fallecido el abuelo de un amigo
suyo
Y el padre le explica, y da valor a lo que lo tiene; son
lecciones prácticas, para toda la vida,
para ser buena persona, también socialmente.
Si os ven hacer oración de modo auténtico,
buscarán esa piedad. Si no os ven, no creerán
en la piedad de nadie. ¿Entendéis?
Pueden parecer muchas cosas, pero es que para que los hijos
sean buenos y majos, habéis de ser vosotros –y
nosotros, los educadores- buenos y majos. Es la educación
de calidad: costosa y grandiosa