Miraremos
la sexualidad en su contenido esencial. Es la generadora de
dos diversos modos de ser en la naturaleza humana. Ser
hombre, ser mujer. Inscrita en lo más
profundo de la persona, y que conduce al hombre y
a la mujer al perfeccionamiento mutuo, a
la unión más intensa, porque de esa diferente
personalidad es de donde nace el amor que lleva a la comunión
de personas.
La
antropología, al estudiar la sexualidad, lo hace
como algo que está en el hombre, como una realidad
creacional. Y observará sus manifestaciones. Veremos
las tres manifestaciones de la sexualidad. Nos vamos a valer
de un texto del Catecismo de la Iglesia Católica:
(CIC, n.2332): La sexualidad afecta a todos los
aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo
y su alma. Concierne particularmente a la afectividad, la
capacidad de amar y de procrear
y, de manera más general, a la aptitud para establcer
vínculos de comunión con otro.
Abarca
al modo de ser de la persona, hasta en lo más intrínseco;
afecta al ser mismo. La sexualidad, con la riqueza que le
corresponde, es una cosa muy buena (así la vio Dios
al crear al hombre varón y mujer), determinante de
las relaciones más importantes del hombre, y configuradora
del mundo: dignidad de la persona, dignidad
de la familia, de los hijos, de la sociedad.
De
la sexualidad, depende en primer lugar el amor entre los
hombres; más en concreto, de ese amor
peculiar entre hombre y mujer, un amor
único, que da sentido a la vida. Este es el elemento
más importante aunque se deriven otros elementos
igualmente importantes, pero de ese primero, o ligados en
unidad a ese primero. La sexualidad ha sido dada por Dios
al hombre para llegar a amar.
La
sexualidad se encuentra de modo diverso, distinto, pero
complementario, en el hombre y en la mujer. Ha sido entregada
de este modo, incompleto en ambos, es decir, llamado
a la complementación. Esta complementación,
que implica distinción, pero nunca oposición,
se da a varios niveles. Pero destaco desde el primer momento
una realidad primordial: los niveles se dan en unión;
una sexualidad ordenada y por tanto que sea verdadera perfección
del hombre, integra tres aspectos.
El
que sensitivamente se capta con más claridad, es
la diferenciación fisiológica.
Esa diferenciación está llamada a
la complementación TAMBIÉN FISIOLÓGICA,
pero en unión de los demás componentes de
la sexualidad. Claro está que podría disgregarse,
entonces no podríamos hablar de sexualidad, sino
de sexo, y motivaría una definición de hombre
y mujer estrictamente biológica: son seres, el hombre
y la mujer, con unos atributos sexuales diversos, que motivan
una atracción instintiva, impulso ciego, no racional
ni voluntario, y que son determinantes de operaciones propias.
Pero
la sexualidad no está sólo en el cuerpo. Como
modo de ser, la sexualidad es fundamentalmente un
modo de ser por dentro. Afecta mucho más
a los afectos, a la interioridad de los sentimientos. La
sexualidad determina un modo de sentir afectos, de experimentar
sentimientos, mucho más fuerte que la atracción
del mismo cuerpo. Y es que en los sentimientos se encuentra
más involucrada la persona. Hay sentimientos masculinos
y femeninos. Las personalidad que determinan los sentimientos,
los afectos, se adecua más a la diferencia y complementación
entre hombre y mujer al considerarlos como personas que
son.
Hay
un fin intrínseco en esa sexualidad. La procreación,
el dar la vida a otras personas. Pero está
inscrita espiritualmente en el hombre y en la mujer. La
procreación considerada en su carácter biológico
no pasaría de la cría que se da en los animales,
donde no se busca al hijo, sino el placer. La sexualidad
abarca en el hombre una tendencia espiritual muy fuerte:
la paternidad y la maternidad,
que son las relaciones humanas más fuertes, junto
a las que crea el amor entre hombre y mujer. Y esa tendencia
está en los hijos, de manera distinta, en los hijos
que en las hijas. Esto explica la mayor madurez de las niñas
antes y durante la pubertad. El sentirse más maduras,
más mujeres; y también, el golpe más
fuerte que puede sufrir la mujer si esa tendencia congénita
a la paternidad y a la maternidad, se presenta desde un
punto de vista meramente fisiológico.
Educación
en la sexualidad
Su
momento más importante es la adolescencia,
con los años que la preceden y que la siguen (10
a 16 años). Pero despierta –lo vuelvo a destacar
-en sus tres dimensiones. La educación debe ir por
tanto en cada momento en las tres dimensiones de ese mundo
que aparece casi de improviso, tan rico, por ser configurador
de la persona, de la personalidad, en masculinidad y feminidad.
En
esta educación, en el fondo, sólo se educa
en una cosa a la que conduce la sexualidad: al amor entre
hombre y mujer. Este es el punto clave que quiero dejar
marcado en esta charla. Dios ha creado al hombre
y a la mujer de ese modo, externa e internamente, para que
se enamoren, y formen una unidad irrompible en el matrimonio.
Y esta finalidad ha de estar presente en todas las explicaciones
y aclaraciones necesarias de hacer a los chicos desde la
más temprana edad.
Pero
al mismo tiempo, se puede observar que el adolescente
parece que se encierra en sí mismo... Tiene
cosas muy importantes qué pensar, tiene dudas
que resolver; dudas de carácter vital que se le acaban
de presentar, que le afectan profundamente. Es un mundo
de sentimientos nuevos, vitales, desconocidos por él
hasta ese momento... Sólo puede recibir la
ayuda adecuada por parte de los padres, y en ellos
se mira cuando se despierta. Necesita interlocutores, para
hacer la mayor revelación de lo que sucede en su
intimidad. La desvelación de la interioridad
es algo que afecta al plano de la conciencia... y ese plano
de la conciencia no se le puede pedir a nadie que lo abra.
Primera
conclusión: sólo se puede educar,
explicar, enseñar, desde el plano de la amistad.
LOS PADRES QUEDARÁN INCOMUNICADOS
ANTE LOS HIJOS SI NO TIENEN AMISTAD CON ELLOS. No es una
época difícil; más bien es una época
muy rica, en todos los aspectos; es la época en que
se siente la vida con más fuerza. Hay una necesidad
de compartir, pero ¿con quién?
Sólo con los amigos. QUERIDOS PADRES, SI
QUERÉIS AYUDAR DE VERDAD A VUESTROS HIJOS, SER AMIGOS
SUYOS. LA FAMILIA ES EL ÁMBITO DE ESTA EDUCACIÓN.
Pero ser padres es un lazo que no supone la amistad, por
lo menos de manera natural. Es el padre o la madre quién
debe advertir lo que pasa dentro de los hijos, porque ha
pasado esa misma experiencia importante, y les quiere. No
es respuesta decir: mis hijos se han vuelto rebeldes,
incomunicables, encerrados en sí mismos. Respuestas
como: ya te ha llegado la edad del pavo, ya te se pasará...
oscurecen la verdadera educación en esa nueva fase
de la vida que han comenzado, y que es de perfeccionamiento.
El
oscurecimiento es mayor si la sexualidad se concibe desde
uno de sus campos, el fisiológico o anatómico.
Es el más fácil de explicar, pero nunca
se puede dar una sólo una explicación biológica
de la sexualidad, porque no es sólo biología
lo que esta ocurriendo. Distinción por tanto
de sexualidad y sexo, es decir reacción ante atributos
sexuales. Por eso lo que se suele llamar educación
sexual, incluso la que hacen a veces los padres, no es sino
una educación en la genitalidad. Y puede parecer
que ésa es la única educación si se
hace -durante la adolescencia- en un plano general (es decir
en la escuela). La persona adecuada para educar es la que
integre los tres aspectos maravillosos de perfeccionamiento
que se están dando en el adolescente hacia la madurez.
El
despertar de la sexualidad significa el conocimiento de
que pasa a una fase adulta fisiológica, de que nacen
unos afectos y sentimientos nuevos, sin los cuales
el hombre y la mujer quedarían imperfectos, y que
le conducirán, si Dios lo quiere a ser padre y madre,
a dar origen a nuevas vidas, que serán sus hijos.
La sexualidad, vuelvo a repetir lleva al mundo de la persona.
La educación la ha de hacer el padre con
los hijos y la madre con las hijas, a nivel de
amiga, mostrando toda su belleza DESDE
LA PROPIA EXPERIENCIA PERSONAL, que al
mismo tiempo deberá aparecer clara en quien la explica.
Si los hijos ven enamorados a sus padres,
entenderán fácilmente el amor, o podrán
hablar con ellos de amor: serán escogidos como interlocutores.
Y los padres sabrán integrar con su explicación
desde la amistad y la experiencia, los valores sexuales
en su personalidad.
En
esto recalco la particular importancia del papel de las
madres en la educación de las hijas. Me refiero a
las hijas, porque aparecen con más claridad los valores
sexuales de la mujer que los del hombre. El cuerpo de la
mujer “es más cuerpo esponsal”, “más
cuerpo de madre”, “más femenino”,
que el cuerpo del hombre: es decir es “menos esponsal”,
“menos cuerpo de padre”, “más indefinido”.
Es distinta la masculinidad que la feminidad y, además,
aparece con diferente intensidad en su expresión
corpórea. Una chica de 15 años tiene a simple
vista una sexualidad más perfecta que un chico de
la misma edad.
Junto
a eso, el hombre experimenta unas reacciones más
fuertes fisiológicas ante el cuerpo de la mujer,
con alteraciones sensibles (que ésta no experimenta).
Por eso la educación en el pudor es una de las principales
ayudas en la educación de la sexualidad (haciéndolo
a la mujer se está haciendo también al hombre),
sabiendo que es distinto el pudor masculino que el femenino,
tanto externamente (más sensualidad en el hombre,
por eso se protege más), como internamente (más
capacidad afectiva en la mujer). Esta educación llevará
a que los valores sexuales no se presenten con más
fuerza que la misma persona que los posee, y por tanto lleguen
a convertirla más en objeto de placer sensual o sexual,
que como persona.
Educación
de la afectividad, como componente que es de la sexualidad
La
educación de la afectividad en las chicas lleva a
colocarla en su lugar justo, que no es ni un más
ni un menos. Es que no se sublime un valor hasta el grado
de que se pierda el conocimiento de toda la persona.
-Me
he enamorado de ese chico… ¡Tiene unos ojos
azules...!
Eso
es falso. Unos ojos azules no son capaces de determinar
el enamoramiento; pueden atraer bajo cierto aspecto, pero
nada más.
-Fíjate
en más detalles, sobre todo en los interiores...
Al chico,
más sensual:
-¡Qué
tipo! (Dicen cosas muchísimo más fuertes)
-¿Y
por dentro? ¿Y la personalidad?
Al chico
hay que ayudarle a incrementar su capacidad afectiva, intuitiva,
porque la tiene más baja. Pero todo en positivo.
No se trata de despreciar ningún valor. Hay que integrar.
Educación para la paternidad
y la maternidad
A
la chica le resultará más
fácil comprender la grandeza de
la maternidad que al chico la de paternidad. La
menstruación se lo está diciendo, y se lo
hace sentir de modo muy especial. Incluso la misma conformación
corporal lleva a que sientan la futura maternidad. Esto
hace precisamente que el lenguaje de los padres
con el chico deba ser más afectivo y menos biológico.
Como la afectividad la tienen más desarrollada las
chicas, a los dos hay que hablar de enamoramiento, pero
más aún al chico.
Por
eso, tanto a los chicos como a las chicas –en un caso
el padre; en el otro la madre- deben explicar
los cambios fisiológicos que van experimentando los
hijos y que les pueden inquietar al principio, en
esta clave de la paternidad y del amor humano.
Cómo
vimos en clase, a los que más se descuida en estas
explicaciones –tantas veces las aprenden en la calle
o de un amigo “precoz”- es
a los chicos. Es una llamada a los papás.
Fernando
Hurtado Martínez. fernandohurtado@terra.es