Valores humanos... virtudes. Han oído, han escuchado:
Reciedumbre, solidaridad, generosidad... Pero hay una que
tienen miedo de enseñar, de nombrar
y de escuchar: Silencio.
Sí, silencio; Silencio para poder pensar,
para poder conocer y conocerse; Para poder recapacitar sobre
el propio pensamiento: ¿Qué hago? ¿De
verdad soy feliz? ¿Qué es mi vida?...
Un
silencio amenazado por todos lados; Hay
multitud de intereses para que no exista:
Se termina nuestro negocio, se termina
nuestra facilidad de manejarles, de hacer
lo que nosotros queramos, sin que se den cuenta, más
aún, creyéndose que hacen eso porque quieren,
porque son más libres.
Pero que no se paren a pensar, no vaya a ser que vean las
cosas como son, no vaya a ser que razonen.
Decía el insigne matemático y astrónomo
Pedro Alfonso: “El silencio es el signo
de la sabiduría y la locuacidad es señal
de la estupidez”. Saben que en lo de el silencio
tenía razón.
Es como tener un trapo sucio en los ojos. Se trata
de no ver, de hacer o de no hacer, pero sin ver.
Un trapo sucio para no ver, para no pensar,
para hartarse de algo que, en su medida, podría ser
beneficioso; pero al igual que la comida en demasía
embota, empacha, incluso cambia el metabolismo: Televisión
indiscriminada y manipulada, cine manipulado y dirigido
por intereses descaradamente parciales, internet sin criterio,
alcohol, droga, gritos... ¡Qué
no se piense! ¡No podemos dejar tiempo para
el silencio, no vaya a ser que razonen!. Pubs,
discotecas o bares de copas con música y
ruido lo suficientemente potente para que
no se pueda hablar, solo beber, consumir y... espesar
el trapo, la venda de los ojos.
Y el problema no solo es el trapo, sino
que está sucio. Si a alguien se
le ocurre quitárselo por un momento, tendrá
la mirada turbia, empañada aún
por la podredumbre del trapo. Dirá: “No veo
nada, todo está borroso. Me decías que vería
luz, cosas distintas, claras limpias... pero solo veo cosas
borrosas”.
Es difícil, después de tiempo con los ojos
vendados, apretados y emponzoñados
de suciedad, lograr ver limpieza al instante. Hay que dejar
un tiempo para que la vista se aclare,
para que la suciedad que ha invadido los ojos sea expulsada,
purificada. Se necesitan ratos de silencio,
de pensar, de preguntarse y de responderse.
Sí. Les hablaron de valores humanos, de libertad
y de solidaridad... pero que no piensen, no vaya
a ser que descubran la verdadera libertad. Que
sigan creyendo que la libertad es solo enfrentamiento y
confrontaciones. Movimiento que sea acción centralizada
por nosotros. Y llevemos a esas masas de ovejas,
con carteles en el cuello que dicen libertad, a
donde nosotros queramos.
Solidaridad, pero sin pensar. Como nosotros queremos. Que
crean que son solidarios por decir “pobrecitos”
“que alguien haga algo por ellos, que para eso se
pagan impuestos”... pero que no piensen, que no se
les ocurra ser de verdad solidarios. Que hagan una llamada
telefónica a un número determinado para recaudar
fondos y así tranquilizarse o creer que están
salvando a la humanidad. Aunque, mientras, su compañero
de pupitre sufre las injusticias de la sociedad o de otros
compañeros, o su familia sufre sus “libertades”.
Que grite, que haga ruido... pero que no piense
como ser, de verdad, solidario. Para eso ya están
otros.
Los ojos tapados y ruido, mucho ruido, que no piensen.
Y cuidado con la educación, un gran
enemigo. Debe ser también con ruido.
Que no se acostumbren a saber, a esforzarse en pensar. Hablar
y hablar, pero solo hablar. Hablar hasta
en las aulas. Peleas, pintadas, enfrentamientos de bandas,
enfrentamientos con profesores, denuncias, desperfectos,
intimidaciones... Pongamos
palabras pseudocientíficas a cosas de siempre para
darle más importancia y que así salga a la
calle, a los medios de comunicación. Que se sepa,
que se transmita, que se difunda cualquier desgracia, pelea,
desajuste... y que otros tomen ejemplo. Que parezca que
es lo novedoso y que es lo que se lleva, que ese
rebaño que dominamos vaya hacia donde queremos.
Ruido, más ruido, que no piensen. El trapo
bien ajustado a los ojos... y cada vez más
negro.
¿Quién se atreve a quitárselo?...
Me lo quito, veo borroso... aguanto y empiezo a ver como
son las cosas: Resulta que el campo es verde, los árboles
tienen troncos diferentes y hermosos, ese río
baja limpio... Y no paso el día gritando.
Observo y pienso... Pero... y los “amigos”:
Me dicen que eso no es así, que me están socializando,
que vaya al ruido. ¡No pienses!.
¿Qué joven se atreve a pensar?... ¿Qué
joven se atreve al silencio?
Juan Antonio Arizcun email